jueves, 18 de julio de 2013

No la quiero, y se empeñó en hacerme cruzar esa débil línea.
Y no la odio. Porque no sé, porque no puedo, porque no quiero.
Ahora no sé qué sentir.
Ahora no sé si me gusta Granada, ni si quiero comer cuscús con pollo y beber té.
Las resacas ya no son de amor.
Y tengo mucho tiempo para no necesitar entender nada más.
Aprendí que los sentimientos no son de fiar. Los hay volátiles y férreos, y y a mi nunca me ha gustado el gas.